Aterrizar en Nurburgring es sin lugar a dudas una experiencia mística, sobre todo para un apasionado de las carreras. Particularmente Nordschleife es el santo grial en el mundo de las carreras, el que afortunadamente no está perdido, sigue presente para todos nosotros.
Mi primera visita tenía un ingrediente extra que podría hacerme perder la cabeza, vivir las míticas 24 horas pero dentro de un equipo participante. Ya hablar del cronograma, era algo que erizaba los pelos: más de 160 autos en la 24 Horas, una fecha del WTCR, las “24 Hrs Classic”, y la categoría de los Audi R8 Cup, todo durante el mismo fin de semana y totalizando más de 350 autos de carrera de todo tipo y época.
Con todo ese panorama en frente, era fácil tener la idea de perder la cabeza, pero no fue asi. Arribar al circuito tiene todo eso que imaginas en tus sueños, el nerviosismo y la magia en torno a uno de los lugares con más historia en el automovilismo mundial. 5 días antes de la carrera, ya estaba lleno de fanáticos y espectadores que repletaban los hermosos parajes del Nordschleife, algo simplemente imposible en nuestras latitudes; la primera impresión de ver a estos fanáticos, fue que esto de verdad se lo tomaban muy en serio y que era una parte real y tangible de su cultura.
En el circuito e ingresando al sector que corresponde a los equipos, comienza a crecer una ciudad de magnitudes que jamás imaginé ver. Decenas de camiones, de equipos y proveedores, inundaron extensiones enormes de terreno, contarlos era una tarea prácticamente imposible. 4 días antes de la carrera, ya era tarde para querer llenar un espacio, todos ya estaban instalándose y trabajando a toda máquina.
Uno de los procesos más interesantes e importantes de la carrera, fue el escrutinio por el que debe pasar cada auto. El cumplir las reglas, trámites y cada exigencia de la organización, es algo que se respeta sin cuestionamiento alguno. En el momento de comenzar el escrutinio, entendí que la preparación que se requiere para esta carrera, requiere meses de trabajo intenso. Son muchos competidores en el autódromo más grande del mundo, sin lugar a dudas la preparación y seriedad con la que se toma este proceso, es algo que difícilmente puede verse en otro lugar del mundo.
Con mucha atención aprecié y aprendí de cada uno de los detalles y procesos presentes en el escrutinio, que básicamente sólo culmina un camino largo de trámites, lectura de manuales, reglamentos y muchas instancias por las que un jefe de equipo ya pasó, hace semanas. De todas maneras llevar el auto al escrutinio, es una ceremonia cargada de tensión, mezclada con la alegría de estar junto a decenas de otros competidores en el mismo lugar. Para muchos, la carrera podría estar finalizada incluso antes de pisar los boxes con el equipo, por ello el escrutinio debe realizarse con el máximo de cuidado en los detalles, es incluso peor que un control policial.
Con la primera victoria bajo el brazo y la insignia del escrutinio aprobado en el capó del auto, pasé un poco a admirar lo que significaba estar ahí, por primera vez estaba en la calle de boxes y podía observar el trabajo de los equipos profesionales que no dejaban pasar un minuto preparando cada detalle.
En esta oportunidad, fui parte de un equipo que tiene una larga tradición en esta carrera, Kurt Ecke, piloto, dueño, jefe y mecánico del equipo, ya tenía varias 24 horas en el cuerpo, asi que definirlo como “amateur” no es el concepto correcto. Kurt Ecke Motorsport se presentó con un Porsche GT3 Cup 991 en la clase SP7, definido por él mismo como un “equipo pequeño” con principal objetivo disfrutar y finalizar la carrera. Iba con una misión, trabajar y aprender todo lo que se pudiera. Luego del escrutinio, pronto visualicé que no iba a poder trabajar todo lo que yo quería, tal misión estaba muy lejos de mis conocimientos y preparación, así que para no llevarme un trago amargo de esta increíble oportunidad, decidí verlo con otro cristal: hacer todo lo que se pudiera y aprender, simplemente aprender.
A pesar de que en un principio si sentí algo de frustración, pronto pasó al olvido. Había un tema muy complejo del cual debía sacar aprendizajes: Cultura.
Fui con una idea fija de aprender en temas técnicos, pero el capítulo más importante no era precisamente lo técnico. La filosofía y forma en que organizan todo, fue lo que más me impactó y probablemente a lo que más le saqué provecho. Muchas veces escuché a Kurt hablar del equipo, las personas y la experiencia. Poco oí acerca del auto o la carrera propiamente tal. Kurt intentaba demostrarme el fondo de la carrera, el factor humano y la experiencia de vivirla en equipo era lo que realmente importaba.
La carrera no tiene protagonistas, desde dentro, hasta la última persona del equipo tiene un rol importante, tanto como el de un piloto o mecánico. La tarea de completar una carrera de 24 horas es de tal tamaño, que sólo es posible con la labor ardua de un gran equipo de personas con un objetivo en común: disfrutar y terminar la competencia en el mejor lugar posible. Nadie sobresale y ninguna labor pesa menos que la otra.
Fue muy difícil para mi, como fanático, mantener un foco en todo esto. Una semana junto a varias series importantes, tenía muchos ingredientes en los que podía desviar mi contemplación. Todo eso, era parte de mis sueños desde niño.
Tener un plan, conservar la calma y optimizar el uso de las energías, era algo vital para sobrevivir a una carrera que derrota física y mentalmente a cualquiera. La enorme cantidad de recursos que se debe tener para participar, te obliga a tener cuidado en cada paso, la misión es de largo aliento y un error puede hacer terminar la carrera incluso antes de comenzarla.
El inicio de la carrera parece ser el ojo de un huracán. Se vive con calma y se contempla un espectáculo de proporciones gigantescas. Miles de personas repletaron una grilla de más de 160 autos acompañados de otras decenas de miles de personas en las graderías. Sin lugar a dudas fue un momento que apretó mi corazón al máximo.
La largada fue un momento que nunca podré describir con palabras, la emoción de los miles de personas presentes mezclada con el espectacular sonido de los autos largando, tiene un sabor que no se puede describir.
Vivir la carrera, es un camino muy largo y complicado. Requiere que estés concentrado y atento siempre, cada paso tiene su procedimiento, cada pitstop debe hacerse bien, rápido y eficiente, pero jamás apurado. La experiencia es intensa y el cansancio no toca tu puerta hasta ya entrada la madrugada. Es probable que la adrenalina sea la anestesia que no te deja sentir cansancio.
Mi primera gran impresión durante la carrera, fue la cantidad de personas que están a cargo de la organización, ningún detalle puede salirse de control. Sentí esa preocupación de cuidar el evento y asegurar su continuidad en el tiempo. No había detalles al azar ni situaciones que generaran peligro, todo funcionaba como la organización lo preveía.
Es muy difícil contemplar el trabajo de otros equipos o comenzar a mirar la carrera como un espectador, hay que estar atento y presente el 100% del tiempo. Cuando entra la noche, es como estar en otro lugar, las luces, personas y toda la actividad, hacen que sea mucho más tangible la vida que hay en el circuito. Más como fanático, ver los autos pasar de noche es surrealista, podría decir que es hasta mágico.
Hubo momentos que vivimos en común. Éramos tantas personas persiguiendo un objetivo, que a ratos, sin hablar el mismo idioma, nos entendíamos a la perfección con todos los presentes. Un ejemplo de ello fue cuando el único team compuesto exclusivamente de mujeres, logró terminar una reparación de motor que tomó toda la noche. Las chicas gritaron de emoción con el primer aliento del motor, seguido de una ovación de todos los equipos presentes en los boxes. Algo similar sucedió cuando un Opel Manta, en su última carrera luego de muchos años participando, regresó a la pista luego de un accidente que lo dejó en muy malas condiciones, el aplauso y fervor se sintió en las venas.
Cuando el cansancio, que obligatoriamente te golpea luego de varios días de trabajo intenso, comienza hacer estragos, se convierte en una tarea imposible poder dormir. Quizás logré entrar en sueño por períodos de 10 minutos o un poco más, pero más era imposible. Despertar pensando en el lugar del auto en competencia, era lo que jamás te dejaba conciliar el sueño. Cuando el sol reaparece en el circuito ya es más fácil poder estar lúcido. Lamentablemente los alemanes definieron una hora poco después de la salida del sol, como “el momento de las sorpresas” y donde cualquier cosa inesperada puede suceder.
Así fue, una anomalía en los datos de presión de aceite y luego un accidente que nos retrasaba en las posiciones, abrían el capítulo de los nervios durante la carrera. Luego de pasar esos episodios ya quedaba resistir hasta el final.
El final es el momento más humano de las 24 Horas de Nurburgring, es donde todos dejan caer sus emociones sin límites y donde más sientes a las personas que estuvieron a tu alrededor. Alegría, se terminaba la carrera en una buena posición y como normaba la competencia, con el auto pasando la línea de meta. Probablemente de todo lo que viví en los varios días que componían la carrera, la llegada a la meta fue lejos, lo más intenso. En ese momento me di cuenta que todo el trabajo tenía un trofeo, y es lo que todos perseguimos sin darnos cuenta, felicidad.
Sin lugar a dudas hay muchas cosas de las que no estoy escribiendo, muchos detalles y temas que estoy dejando de lado, pero que se hacen imposibles para un artículo de lectura. Quizás algún día se conviertan en capítulos de un libro.
Espero que estas palabras sirvan para transmitir algo de esta experiencia, cargada de aprendizajes inesperados, cargada de sentimientos y por, sobre todo, con muchos nuevos amigos.
En homenaje a todas las personas que formaron parte del Q&A Systems By Kurt Ecke Motorsports, 24h Rennen 2019.